viernes, 25 de enero de 2019

La pesca en transición

Unidad pesquera artesanal. Modelo viable para una flota nacional eficiente, segura y digna para nuestros pescadores. Foto: J.J. Cárdenas.
Las razones de la estrepitosa caída de la producción pesquera nacional, incluyendo aquella derivada de la acuicultura (es decir, esa forma de producción mucho más gerenciable y menos dependiente de factores ambientales y biológicos no controlables), hoy, en medio de una atmósfera barrida por vientos de cambio, luego de 20 años de un nihilismo absurdo, siguen estando vigentes.


Las capturas totales siguen en baja, el esfuerzo de pesca sigue en aumento desaforado y las cadenas de distribución de “proteína para el pueblo” siguen siendo esporádicas, azarosas, alta e ineficazmente subsidiadas y tremendamente insuficientes.


Las pretensiones de aumentar la producción, se materializan con nuevas modalidades de pesquerías que concentran su esfuerzo en especies objetivo que, como exigencia de mercados foráneos e insaciables, suponen la pesca frenética de, por ejemplo, tahalí y pepinos de mar, con su carga de impacto sobre la especie objetivo misma y especies acompañantes y sobre su entorno ambiental.


La imprecada y abominable pesca de arrastre, adjetivos dados a este tipo de pesca por el administrador actual del sector, se ha multiplicado de forma incontrolada, no regulada y sobre espacios de alta sensibilidad ambiental: el margen marino costero. 


20 años de planes, promesas, declaraciones estentóreas, cuyo colofón es la profunda depresión de los índices pesqueros, la feroz crisis humanitaria en las comunidades costeras de vocación pesquera y el desmantelamiento de la industria asociada.


20 años que culminan con frases como: “…seguros estamos que las medidas anunciadas por nosotros apalancarán el plan de optimización para aumentar las producción, estimular a los pescadores… [sic]”; “…los pescadores están en plena capacidad productiva y el Ministerio de Pesca los apoyará con la consecución de insumos como redes, lubricantes, combustibles, motores para multiplicar su capacidad productiva…”. Frases huecas, declaraciones vanas que, para mayor escarnio, se contradicen entre sí, reafirmando su vacuidad y su signo  populista. Frases escuchadas en un mismo foro, directamente de boca del cuarto ministro de pesca en dos años, proferidas hace apenas un par de meses. Idénticas promesas, las misma oferta cacareada una y mil veces durante 240 meses. Nada distinto pues; nada con algún viso de enmienda, ni siquiera porque claramente,  por estos días, se levantan brisas frescas en el mundo político que obligarán, cómo dudarlo, a poner en práctica nuevas y positivas medidas de gestión para la recuperación integral del sector pesquero y de la dignidad de su gente.


Dejar de hacer las cosas mal y empezar a hacerlas bien, implica un tránsito desde la debacle y la ruina actual, hacia indicadores pesqueros que nos hablen de crecimiento, de rentabilidad económica, eficiencia ecológica y, por supuesto, de pescadores decorosos y de consumidores regular y ecuánimemente abastecidos.


Ese proceso de cambio, necesario y urgente,  es eso que se llama transición.

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