miércoles, 22 de noviembre de 2023

Atenuación, adaptación y retroceso

Izquierda: Fugas de gas en el Golfo de Venezuela. Derecha: área de extensión de la
 pista en Los Roques. Imágenes tomadas de la cuenta X @diodon321



Hace algunos días, oí de boca de un reconocido tankthinker que la educación no es más que la transmisión, a la generación subsiguiente, de una estructura de organización que ha sido funcional para la generación precedente, es decir, aquella que la transmite, aquella que educa.

Esta definición contiene una lógica irrebatible: enseñamos lo que sabemos; pero también significa que esta transmisión de saberes, en el momento de hacerla, ya es pasado; y eso nos amarra, más o menos conscientemente, a modelos prexistentes de orden social, de producción y de consumo… y de interacción con el ambiente, y hace que el futuro, siendo incierto, no nos exija nada claro, ningún cambio concreto en nuestro comportamiento cotidiano y a mayor plazo para enfrentar el porvenir, en tanto que individuos y como sociedad.  De allí, quizás, parte de nuestra dificultad, a cada uno y al conjunto, para entender, asumir y actuar de cara al cambio climático y a sus ya sentidas expresiones de carácter catastrófico en muchos y más frecuentes casos. En una palabra, todo lo anterior puede traducirse como parálisis. ¿Qué tan efectivas, en la práctica, han sido las 27 COP que ha habido desde aquella ya lejana primera edición del 92 en Brasil? La realidad es que, al final, cada quien termina haciendo lo que le conviene localmente (más carbón en Alemania, más nuclear en Francia, más petróleo en China, en India, más transporte aéreo y más consumo de energía fósil que nunca), mientras intentamos confortarnos con soluciones tecnológicas de generación de energías «renovables» que algún día llegarán, pero no nos detenemos a pensar en la enorme diferencia que hay en la capacidad de proveer energía de un metro cúbico de aire empujando unas palas o unas velas, y un m3 de petróleo quemándose en los cilindros de un motor térmico, y que migrar de una fuente a otra es solo un tema de adaptación indolora.

Al mismo tiempo, aquí en nuestro patio, más allá de alguna chatarra argumentativa esgrimida por algunos funcionarios en discursos estentóreos en foros internacionales sobre nuestro compromiso con el futuro de la Tierra y de la humanidad (pero que no sacan la cuenta que, por ejemplo, rápidamente sacó un estimado colega, según la cual se requeriría dejar pelones a más de 600 mil personas para retirar el petróleo que contamina la superficie del lago de Maracaibo), los derrames de hidrocarburos continúan, una de las fugas de gas en el golfo de Venezuela cumple más de un año, y, para no hacer aquí una lista interminable de desmanes, cierro con la reciente inauguración de una cantera en el PN Los Roques, para ahogar y cubrir praderas de talasia y arrecifes (fondos biogénicos de altísima sensibilidad y relevancia por sus servicios ecosistémicos) con la pretensión de prolongar una ¡pista de aterrizaje!

El mundo padece parálisis, de un accionar tímido e inefectivo para, si acaso, atenuar lo que se viene en las próximas décadas. Nosotros no; nosotros no estamos paralizados… nosotros retrocedemos.   

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