lunes, 3 de septiembre de 2018

Una imagen, dos fracasos

Refinería Cardón; Paraguaná, Estado Falcón; Venezuela (foto: Pepe Cárdenas)


Los mechurrios llameantes al fondo, en medio de altos cilindros y atalayas esqueléticas de acero, sugieren que allí muchas sustancias petrolíferas se desdoblan, circulan, se almacenan  y se distribuyen entre tuberías, tanques, bombas y calderas. 

Más cerca; en el eje horizontal y central del cuadro, una flota pesquera amarrada, con algunos cascos marcados por los rigores de su agreste vida, pareciera, sin embargo, al tener sus proas hacia el mar abierto, estar ya aparejada para la próxima faena.

A través del aire amarillo de la península de Paraguaná, se percibe un paisaje, sin duda, industrioso, dinámico, pero, ¿lo que vemos es lo que es? 

Cardón, la refinería de la imagen, está operando al 35% de su capacidad. O, pongámoslo al revés: 65% del complejo refinador está paralizado. Su producción de gasolina y otros derivados se ha reducido en 2/3; es decir, solo 110 mil barriles diarios de los más de 300 mil que su diseño e infraestructura original permitirían producir, como de hecho lo hacía años atrás; más de seis, cuando su vecina Amuay explotó llevándose la vida de decenas de personas y la ilusión de una PDSVA funcional.

Enfoquémonos ahora en el eje central de la imagen, definido, en su mayor parte por embarcaciones “polivalentes”. Estas embarcaciones son el producto de la metamorfosis inducida por el gobierno que, en sus modos atropellados de administración, pretendió reconvertir los barcos de arrastre industrial “destructores del ecosistema” en unidades para la pesca “sustentable”.

Ciertamente, durante los años de operación de la flota industrial de arrastre, se registraron muchos problemas de caída de los rendimientos pesqueros, por exceso de presión sobre los recursos y por faenar sobre fondos ecológicamente frágiles. Hubo también innumerables conflictos entre pescadores artesanales e industriales, dadas las interferencias y competencia por espacio y especies objetivo entre estas dos modalidades de extracción.

La “mala prensa” de la pesca de arrastre y la falta de regulación efectiva de la actividad por parte del Estado, en el sentido de promover una pesca ecológica y económicamente eficiente, derivó entonces en esa medida severa, al buen estilo de Dracón, que consistió en la eliminación total de la pesca industrial de arrastre en aguas venezolanas.

Así, cerca de 250 barcos arrastreros salieron de circulación; como salieron también del ejercicio de su oficio tradicional, unos 3 mil tripulantes y más de 20 mil trabajadores conectados con la actividad pesquera (astilleros, muelles, refrigeración, mecánica, transporte, procesamiento de materia prima...). 

Además de lo anterior, en un contexto de demanda creciente, ocurrió la lógica y esperable desaparición súbita de la oferta nacional de cerca de 20 mil toneladas de pescado, oferta ya en declinación por otras razones también comentadas en estas páginas.
 

En un intento, si no fútil, sí muy insuficiente e ineficaz, la autoridad pesquera financió la reconversión de los barcos de arrastre en barcos de pesca polivalentes (nasas, cordeles y palangres), que apenas alcanzó, según se estima a falta de datos formales, a unas 30 a 40 unidades (menos del 20% de la flota indsutrial), algunas de las cuales vemos en la foto que encabeza esta nota.

Esa mutación forzada tuvo varias consecuencias: más allá del uso non sancto dado a algunas de estas embarcaciones reconvertidas (incremento del contrabando de combustible, ahora por vía marítima), lo cierto es que esta nueva flota polivalente no ha podido suplir la oferta faltante por efecto de la eliminación de la pesca de arrastre; las capturas totales han disminuido y los precios, consecuentemente, entre otras razones, han aumentado.

Por otro lado, en un intento por atender al mercado creciente, los pescadores artesanales, operando legal o ilegalmente, muchas veces con prácticas no controladas y no reguladas, han incrementado su esfuerzo de pesca -la presión sobre los recursos- en los espacios que están en su rango de alcance, es decir, las aguas costeras… justamente donde están los ecosistemas más relevantes y productivos. Y, en un empeño por elevar sus capturas, muchos de estos pescadores artesanales han recurrido a la red de arrastre, generando así, en zonas sensibles, el “execrable y atroz” impacto atribuido antes a la flota industrial, dados los altos porcentajes de pesca incidental no aprovechable, alta mortalidad de peces juveniles y/o preadultos y alto impacto sobre fondos costeros que por el efecto mecánico de redes y aparejos, pierden su capacidad de aportar servicios ambientales. 

Finalmente, en una triste parodia,  algunos polivalentes, antiguos arrastreros transformados en unidades “sustentables”, han regresado a las faenas de arrastre en sus viejos predios.

Así pues, a estas alturas del artículo, ya podríamos afirmar que no toda pesca industrial es diabólica, ni toda pesca artesanal es inocente. O mejor: no hay pesca mala ni pesca buena. Hay, en todo caso, pesca mal hecha o pesca bien hecha.

La foto inicial es entonces la gráfica de un saldo sombrío: recursos humanos desperdiciados, recursos administrativos mal aplicados, recursos financieros mal empleados, recursos naturales mal aprovechados… menos productos derivados del petróleo; menos materia prima pesquera… una imagen, dos fracasos, sin embargo reversibles cuando haya un mínimo de voluntad política, o de simple voluntad; pero no sin grandes dosis de honestidad técnica y científica y, sobre todo, de calidad humana.     

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