martes, 26 de marzo de 2024

Algo personal...

 

En mejores tiempos, Estación de Investigaciones de Margarita, EDIMAR de la Fundación La Salle, a la izquierda, y fachada del Instituto Oceanográfico de Venezuela, en Cerro Colorado, a la derecha.


Un Miércoles Santo, casi día por día como hoy, pero hace 49 años, celebraba mis 17 años en una playa de Falcón, con la banda de amigos de la infancia; esa infancia de la que seguramente todavía quedaba algún arresto en nuestros juegos y en nuestra manera de ver la vida. No era una celebración como otras anteriores. Esta vez estaba el nervio de la expectativa de que fuera la última en aquellos paisajes y con los mismos carnales, sabiendo que en pocos días dejaría mi casa para ir a vivir a Cumaná y entraría en un mundo nuevo y ajeno, ¡en una universidad!, lejos de la familia y con gente totalmente deconocida... menos uno: Luis José Urosa. 

A Luis José Urosa, sobrino de mi abuela cumanesa, el primo grande, flaco y «viejo», lo veía ocasionalmente en alguna vacación de aquellas que pasábamos en la playa de San Luis, en la que la actividad fundamental era recoger guacucos y viejitas para la comida del día (¿quedará todavía alguno de estos bivalvos, alguno de estos anfípodos en esa playa?). De alguna manera, en ese ambiente y en aquellas conversaciones entre primos, se sembró la idea de mandar al muchacho a estudiar Biología en la UDO.

El Flaco Urosa ya era un planctólogo de renombre, el tipo que tuvo que ver con el Celacanto el Museo del Instituto Oceanográfico de Venezuela* y su director en algún momento, cuando, poco tiempo después de aquella última Semana Santa playera, llegué a Cumaná desde Caracas, a bordo de un autobús salido de El Nuevo Circo repleto de muchachos, algunos tan nerviosos y expectantes como yo, y que distraíamos nuestros sustos con cuentos como «¿De dónde eres?, ¿qué vas a estudiar?».

El recuerdo viene vívido, pues, no teniendo la Semana Santa fecha fija en el calendario, las coincidencias de fecha y día no son frecuentes y hoy se da 49 años después de aquel tiempo en el que viajé temeroso e ilusionado, y fui recibido por el Flaco en su oficina del IOV... privilegios de primo segundo.

Urosa me condujo por los pulidos pasillos del impresionante edificio, y me hizo ver el frenesí de sus laboratorios y su museo, en el que trabajaba Figueroa, aquel inmenso héroe de bata blanca, desde la perspectiva de nosotros los párvulos (y creo que también desde la perspectiva de sus pares y sus colegas), a cuyo mesón de taxónomo poco después nos asomaríamos, junto a sus largas hileras de frascos contentivos de holotipos y paratipos… y a ver al Celacanto.

El corazón le jugó una trastada, y el primo se fue temprano. También se fue, increíblemente, su edificio entero: algo que, en principio, ha debido ser su legado imperecedero, pero que, sin embargo, es ruina y desolación. Regresar hoy al IOV es volver a un sitio que ya no existe. Como es también el caso de mi otra alma mater, la Fundación La Salle de Margarita, prácticamente abandonada a su suerte en medio del desastre de un país fallido.

Al final de esta historia personal, que ya no lo es tanto, recorrer hoy Cerro Colorado, casi 50 años después, es, a decir de uno de mis autores de cabecera, «como caminar bajo un cielo sin dioses».

*El Celacanto es un pez que se creía extinto desde el Cretácico (66 millones de años atrás) y del cual fue atrapado un individuo vivo en las costas de Sudáfrica en 1938. Otros ejemplares pescados porteriormente en otras localidades fueron distribuidos en algunos museos del mundo. El museo del IOV fue unos de ellos.

miércoles, 28 de febrero de 2024

¿A qué sabe el pescado del lago?

 


Imágenes Sentinel de la costa oriental del lago de Maracaibo del 24/2/2024, procesadas por Eduardo Klein para evidenciar la distribución del hidrocarburo derramado. Los rectángulos oscuros en la costa, en la imagen de la izquierda, y verde oscuro en la derecha, corresponden a instalaciones de cultivos acuáticos.   

«Pescamos peces que tenemos que tirar después de querer comérnoslos, ¿por qué? Porque saben a diesel, hermano». Así se expresó José Luzardo, representante de los pescadores de El Bajo, en el lago de Maracaibo, en entrevista con Radio Fe y Alegría Noticias.

Denuncias y más denuncias se acumulan, clamando por la solución de esta y otras tragedias ambientales que aquejan nuestra geografía, intentando vencer el efecto de banalización por hastío, efecto que se produce en la opinión pública cuando esta se torna emocionalmente indiferente como reacción (¿defensiva?) ante la repetición y el avasallamiento de noticias infaustas. Si acaso hay alguna respuesta estatal, es del calibre de aquella según la cual la presencia de hidrocarburos en el mar es solo un efecto visual; o de aquella otra que propugna que no hay contaminación, pues el petróleo no se mezcla con el agua.

Estos argumentos gubernamentales comportan tal grado de irracionalidad, de absurdo, que la réplica de los denunciantes y de los afectados se hace prácticamente inútil, pues poco o nada se puede esperar de alguien que profiere tal disparate.

La acción oficial, cuando la hay, es, entonces, dispersar la atención con gestiones altamente polémicas, como la ampliación del aeropuerto de Los Roques o la cobertura del glaciar del pico Humboldt con mantos geotextiles, alegando tesis de desarrollo social o de combate contra el cambio climático.

La estrategia parece, pues, funcionar: si nunca hay respuestas efectivas, en algún momento tampoco habrá más preguntas. Como complemento, incluso a veces hay buenas noticias, como la dada a conocer por el ministro de Pesca y Acuicultura, a propósito del incremento de la producción de camarones de cultivo en las costas del lago de Maracaibo… sí: ese mismo cuerpo de agua sometido a la descarga constante de elementos tóxicos y eutroficantes.

Sabiendo que los ecosistemas no son espacios estancos, y que más bien, son un continuum de límites difusos; que lo que hagamos bien o mal en tierra tendrá ineluctables consecuencias en el mar y viceversa, confiemos en que nunca nadie tenga que cuestionar, ahora también, el sabor de los camarones cultivados en las riberas de nuestro maltratado lago.   


miércoles, 22 de noviembre de 2023

Atenuación, adaptación y retroceso

Izquierda: Fugas de gas en el Golfo de Venezuela. Derecha: área de extensión de la
 pista en Los Roques. Imágenes tomadas de la cuenta X @diodon321



Hace algunos días, oí de boca de un reconocido tankthinker que la educación no es más que la transmisión, a la generación subsiguiente, de una estructura de organización que ha sido funcional para la generación precedente, es decir, aquella que la transmite, aquella que educa.

Esta definición contiene una lógica irrebatible: enseñamos lo que sabemos; pero también significa que esta transmisión de saberes, en el momento de hacerla, ya es pasado; y eso nos amarra, más o menos conscientemente, a modelos prexistentes de orden social, de producción y de consumo… y de interacción con el ambiente, y hace que el futuro, siendo incierto, no nos exija nada claro, ningún cambio concreto en nuestro comportamiento cotidiano y a mayor plazo para enfrentar el porvenir, en tanto que individuos y como sociedad.  De allí, quizás, parte de nuestra dificultad, a cada uno y al conjunto, para entender, asumir y actuar de cara al cambio climático y a sus ya sentidas expresiones de carácter catastrófico en muchos y más frecuentes casos. En una palabra, todo lo anterior puede traducirse como parálisis. ¿Qué tan efectivas, en la práctica, han sido las 27 COP que ha habido desde aquella ya lejana primera edición del 92 en Brasil? La realidad es que, al final, cada quien termina haciendo lo que le conviene localmente (más carbón en Alemania, más nuclear en Francia, más petróleo en China, en India, más transporte aéreo y más consumo de energía fósil que nunca), mientras intentamos confortarnos con soluciones tecnológicas de generación de energías «renovables» que algún día llegarán, pero no nos detenemos a pensar en la enorme diferencia que hay en la capacidad de proveer energía de un metro cúbico de aire empujando unas palas o unas velas, y un m3 de petróleo quemándose en los cilindros de un motor térmico, y que migrar de una fuente a otra es solo un tema de adaptación indolora.

Al mismo tiempo, aquí en nuestro patio, más allá de alguna chatarra argumentativa esgrimida por algunos funcionarios en discursos estentóreos en foros internacionales sobre nuestro compromiso con el futuro de la Tierra y de la humanidad (pero que no sacan la cuenta que, por ejemplo, rápidamente sacó un estimado colega, según la cual se requeriría dejar pelones a más de 600 mil personas para retirar el petróleo que contamina la superficie del lago de Maracaibo), los derrames de hidrocarburos continúan, una de las fugas de gas en el golfo de Venezuela cumple más de un año, y, para no hacer aquí una lista interminable de desmanes, cierro con la reciente inauguración de una cantera en el PN Los Roques, para ahogar y cubrir praderas de talasia y arrecifes (fondos biogénicos de altísima sensibilidad y relevancia por sus servicios ecosistémicos) con la pretensión de prolongar una ¡pista de aterrizaje!

El mundo padece parálisis, de un accionar tímido e inefectivo para, si acaso, atenuar lo que se viene en las próximas décadas. Nosotros no; nosotros no estamos paralizados… nosotros retrocedemos.   

viernes, 1 de septiembre de 2023

La orca y el pepino



Imágenes: El Universo y COFA respect.


Con una producción audiovisual elaborada, reforzada por medidos compases de música épica, los organismos oficiales de los sectores pesquero y ambiental del país han impulsado la difusión de un video donde sus protagonistas, pescadores de la localidad y funcionarios de Insopesca, relatan sus acciones y emociones durante el rescate de siete orcas que vararon recientemente en las aguas turbias y someras cercanas al Morro de Chacopata, en el norte del Estado Sucre. ¡Bien por ellos!, que venciendo miedos y sensibilizados al extremo por la agonía de estos impresionantes mamíferos, se lanzaron al agua para rescatar estos animales y devolverlos a aguas profundas. ¡Bien por ellos!   

Pero -ahora viene el pero-, ¿por qué esta actuación encomiable por la preservación de la vida, por la protección de la biodiversidad solo es considerada como tal, y objeto de reconocimientos exaltados con aires de epopeya, solo en el caso de estos cetáceos, mientras descuidamos con un desdén enorme la salud de poblaciones de especies que tienen una significación y un papel determinante en la funcionalidad de los ecosistemas marinos y en su capacidad de seguir proveyendo servicios ambientales de enorme importancia para la vida, esta vez, humana?

Es fácil imaginar lo fuera de lugar que sonarían unas notas musicales gloriosas como fondo de la redención de un lote de, por ejemplo, pepinos de mar, animalitos estos no muy agraciados, carentes de todo carisma, pero que, sin embargo, para efectos de nuestras pesquerías, son indispensables en los procesos de depuración de los sedimentos y control de algas, detritos y patógenos capaces de afectar los sistemas bentónicos (aquellos asociados al fondo) de donde proviene buena parte de los peces y moluscos que consumimos; especies de equinodermos, como los erizos, que sin embargo han sido extraídos hasta su casi desaparición en vastas zonas, solo para satisfacer gustos gastronómicos exóticos de algunos países asiáticos y la sed de crónica de divisas que padecemos.  

Hay regulaciones, hay prohibiciones, hay vedas, es verdad. Pero las capacidades logísticas para vigilar su cumplimiento y, en todo caso, para calibrar su pertinencia sobre evidencia científica actualizada son casi inexistentes en este país.

«¡Pescar es vencer!» gritan orondos y al unísono los pescadores que lograron la hazaña de las orcas… Su emoción y orgullo es entendible, pero (otro pero) estas consignas ardorosas no se corresponden con un sector pesquero estancado en cifras insuficientes de producción y carente de referencias técnicas modernas que aseguren su sostenibilidad. En resumen, un sector varado…como las orcas…  
















 

lunes, 3 de julio de 2023

Es el Producto Interno, ¡bruto!

Imagen: Utopía Digital

Este título es casi una paráfrasis de aquel eslogan de la campaña electoral de Clinton que pretendía llamar la atención sobre la prioridad que debía atender el ganador de las siguientes elecciones presidenciales de aquel momento en los EE.UU.: «Es la economía, estúpido».

Y es que por estos días de ambiente preelectoral en nuestro país (más allá de que, ojalá, finalmente logremos «el lujo» de poder tener elecciones libres, supervisadas y con resultados creíbles), las ofertas políticas de los precandidatos están repletas de propuestas y proyectos para recuperar el crecimiento del Producto Interno Bruto y alcanzar cifras de 6-8 % anual, tal como lo era en tiempos no demasiado remotos.

Todavía, a pesar de que ya rebasamos el punto de no retorno climático y estamos sufriendo sus ya desastrosas pero apenas preliminares expresiones, los actores políticos siguen ofreciendo puntos de PIB como argumento de campaña y como promesas de gobierno, sin reparar en que este indicador de «progreso» es de carácter exponencial, mientras que los recursos que extraemos de los ecosistemas -más o menos intervenidos, ese no es aquí el punto-, traducidos en valor monetario para respetar la definición del PIB, jamás podrían acompañar un crecimiento de esa naturaleza sin que en algún momento sobrevenga la desilusión, la frustración social, y, ojalá no, la catástrofe.

Pongo a continuación un ejemplo que puede ilustrar el problema: hace unos meses las autoridades pesqueras declararon haber logrado cerca de 20 % de incremento en las capturas con respecto al año anterior, y que en esa línea trabajarían para alcanzar porcentajes similares en los años a venir.

La figura anterior es puramente teórica, pero muestra el resultado del cumplimiento de la premisa de crecimiento ofrecida por los funcionarios, en el caso de que fuera posible mantener un crecimiento de 20 % anual en la pesquería de sardina. El segmento en rojo de la curva corresponde a las capturas reales, o, en todo caso, reportadas a la FAO. Luego, el azul representa como serían esas capturas en caso de que la naturaleza fuera capaz de acompañar nuestros desafueros: en apenas dos años, en 2025, estaríamos pescando una cantidad similar al máximo histórico de 2004 (un poco más de 200 mil toneladas), y en 2032 capturaríamos el equivalente a la totalidad de la biomasa sardinera, según las estimaciones científicas que hiciéramos en los años 90... Así de absurdo puede ser el aferrarnos a indicadores meramente economicistas.  

Cuantificado en cualquier unidad -toneladas, dólares, barriles, megawatts, yenes, rublos o Bitcoins-, tal como lo afirma mi autor de cabecera1, mientras nuestra actividad se mida en términos de crecimiento del PIB, nuestro recorrido hacia la debacle no va a detenerse y nada podremos hacer para evitarla. 

El Producto Interno Bruto (esa vez sin la coma) no debe ser el objetivo de la sociedad. Así lo afirma categórico Jean-Marc Jancovici2, otro especialista que es referencia planetaria para estos temas asociados al cambio climático. Hay mil otros indicadores de bienestar, que no necesariamente de crecimiento, que podrían y deberían orientar de manera realista y objetiva el diseño de nuestras políticas en aras de la prosperidad… aquellos, por ejemplo, que miden nuestro desempeño como sociedad en aspectos básicos del desarrollo: la nutrición, la salud, la educación; aspectos estos en los que nuestras curvas, hoy, son todas descendentes… 


1 Cataclysme ou Transition. L’Écologie au pied du mur. François Gerlotto. IFCCE. Collection Cité. 2019.

2 https://www.youtube.com/watch?v=FUEFlEOFc5M&t=7s&pp=ygUTamVhbiBtYXJjIGphbmNvdmljaQ%3D%3D


jueves, 22 de junio de 2023

¿Todos los náufragos son iguales?

Imagen: hypertextual.com



Imagen: Voz de América

En principio, sí: se trata de personas. Pero, decir que todos los náufragos son iguales es como decir que todos los naufragios también lo son.

Creo que ni siquiera vale como un tema para polemizar, pues, una vida humana es absolutamente igual a otra vida humana; la de un magnate gringo que huye de su rutina, o la de un africano pobre que huye de su miseria. Lo que sí pueden ser muy diferentes son las maneras como esas vidas humanas llegan a su fin… las circunstancias que hacen que se terminen sus existencias.

Para muestra, el terrible botón de los, hasta ahora, 82 náufragos paquistaníes y sirios en aguas griegas y de los 5 del submarino Titán.

Estos trágicos hechos han desatado una tormenta no meteorológica, sino mediática en la que se contraponen los vientos de los que claman que los millonarios a bordo del submarino sabían en lo que se metían (literal y figuradamente), y que, por tanto, los ingentes esfuerzos de búsqueda y salvamento para rescatarlos han debido ser dirigidos, más bien, a los desafortunados viajeros del Mediterráneo. Unos califican al naufragio del Titán como el resultado de una aventura caprichosa fallida y otros juzgan el desastre del pesquero del mar Jónico como el naufragio de la vergüenza.

Quizás todos tengan razón. Quizás las sensibilidades se exacerban por el desigual despliegue de medios y labores de rescate en cada caso, pero, aquí en nuestro patio, pocos se acuerdan, y menos son objeto de menciones en las RRSS, los muchos marinos y pescadores que han naufragado en los mares venezolanos y las decenas de vidas perdidas en nuestras aguas. Hoy, 22 de junio, nada se sabe aun de tres pescadores de la costa central del país, que, muy probablemente forzados por las circunstancias harto conocidas, fueron a hacer transbordo de su captura en mar afuera; demasiado afuera para un pequeño bote no apto para navegación de altura, propulsado por un motor con un combustible de quién sabe qué calidad, trasegado de quién sabe qué manera. Sé bien que el origen que aquí señalo de este particular caso de los pescadores de Choroní puede ser especulativo; pero también sé que no es ninguna locura quimérica pensar que algo así ha podido ser y ha sido la causa de no pocos naufragios muy cerca de nuestras costas. Está claro, y así lo ha dicho el INEA (Instituto NAcional de los Espacios Acuáticos; Venezuela) repetidas veces, muchos de estos desastres han podido evitarse y son evitables. 

Al final, lo que quiero tratar de decir es que, en numerosas ocasiones, el motivo de los naufragios no debe buscarse a bordo o en el sitio del suceso. Con demasiada frecuencia, la causa de estos siniestros está tierra adentro… en Islamabad, en Damasco, en Puerto Príncipe, en Alepo, en La Habana… en Caracas…      


jueves, 18 de mayo de 2023

Ahora también lo dice Bard

 

Logo Bard. Google

Con un lenguaje seco, directo; en el que no sobra ninguna palabra, y, a lo mejor, sí faltan algunas, sobre todo adjetivos, esta es lo que nos entrega Bard (la herramienta de IA de Google) al ser interpelado sobre el estado de la pesca en Venezuela. 

Bard se define así mismo como un «colaborador creativo y útil», pero nos previene de que «tiene limitaciones y no siempre estará en lo correcto»... en este caso es verdad: ¡la situación real pudiera ser mucho peor!  En todo caso, entre Chatvez y Bard, ¡definitivamente me quedo con este último bot!

He aquí su respuesta:

Venezuela tiene una larga y rica historia pesquera. El litoral del país alberga una gran variedad de vida marina, como atún, sardinas, camarones y langostas. En los últimos años, la industria pesquera venezolana se ha enfrentado a una serie de retos, como la sobrepesca, la contaminación y el cambio climático.

Sobrepesca: La sobrepesca es uno de los principales problemas de las aguas venezolanas. En los últimos años, las capturas de atún han disminuido un 50% y las de sardinas un 30%. La sobrepesca se debe a varios factores, entre ellos el uso de artes de pesca ilegales, la falta de aplicación de la normativa pesquera y la elevada demanda de pescado en el mercado internacional.

Contaminación:La contaminación es otro de los principales problemas a los que se enfrenta la industria pesquera venezolana. Los ríos y océanos del país están contaminados por residuos industriales, escorrentías agrícolas y aguas residuales. Esta contaminación está matando a los peces y otras formas de vida marina, y está dificultando que los pescadores encuentren agua limpia para pescar.

El cambio climático: El cambio climático también está teniendo un impacto negativo en la industria pesquera venezolana. El aumento de la temperatura del mar está provocando el blanqueamiento y la muerte de los arrecifes de coral, que son una importante fuente de alimento para los peces. El cambio climático también está provocando fenómenos meteorológicos más extremos, como huracanes e inundaciones, que están destruyendo barcos pesqueros e infraestructuras.

Estos son algunos datos adicionales sobre la industria pesquera venezolana:

En 2019, la captura total de pescado en Venezuela fue de 275.000 toneladas. De esta cifra, el 8% provino de aguas continentales y el resto de aguas marinas. Las principales especies comerciales capturadas en Venezuela son el atún, la sardina y el camarón.

En 2019, el venezolano medio consumió 9,4 kilogramos de pescado al año.

La industria pesquera emplea a unas 120.000 personas en Venezuela.

El valor de la industria pesquera venezolana se estima en mil millones de dólares al año.

Conclusión:La industria pesquera venezolana se enfrenta a una serie de retos, pero también tiene una serie de puntos fuertes. El país tiene una larga costa y un entorno marino diverso. El pueblo venezolano tiene una larga historia de pesca y una fuerte conexión cultural con el mar. Con la inversión y el apoyo adecuados, la industria pesquera venezolana puede superar los retos a los que se enfrenta y convertirse en un sector sostenible y próspero de la economía.

Recomendaciones:

Aumentar la financiación de la investigación y el desarrollo para encontrar nuevas formas de pesca sostenible.

Combatir la pesca ilegal.

Trabajar con la comunidad internacional para reducir la demanda de pescado en el mercado mundial.

Tomando estas medidas, el gobierno venezolano puede ayudar a la industria pesquera a ser más sostenible y próspera.




jueves, 20 de abril de 2023

«El populismo es el fracaso de la política»

 

A pesar de la falta de información sistemática, detallada y pública, solo apenas con lo reportado a la FAO, o, más bien, a las estimaciones que esta organización tiene que hacer a falta de datos exhaustivos que el país está en la obligación de rendir, sabemos que la pesca venezolana está en declive. A pesar, también, de que la flota artesanal ha crecido, las capturas totales han pasado de cerca de 500 mil t/año en los 90 y principios de los 2.000 a unas 240 mil toneladas el año pasado (MPPPyA dixit). De manera imprecisa pero evidente, hemos visto la declinación de las pesquerías de sardina, del esfuerzo de pesca desmesurado, sobre el tajalí, por ejemplo, para satisfacer un mercado ajeno en detrimento de la imprescindible oferta que debería estar disponible para cubrir las necesidades alimentarias de una población con un alto porcentaje de desnutrición.

Hay, pues, un agotamiento patente de las pesquerías tradicionales que operan en la plataforma continental a relativamente baja profundidad, y, sin embargo, las políticas, al menos las que se dejan conjeturar en las cuentas oficiales de las redes sociales, apuntan, quién sabe cómo, al aumento de las capturas, al incremento de la producción pesquera basado en un mayor esfuerzo de pesca, pero sobre caladeros y con los medios que han sido tradicionales en nuestro país (menos la execrada pesca de arrastre de media altura). En un contexto general de sobrepesca, lo que vemos, lo que se nos anuncia y se nos promete son ferias, caravanas, operativos puntuales y subsidios de probada inefectividad, en pompas populistas que son más espectáculo que gestión.

En contraposición, entre otras medidas que deberían conformar una política pesquera integral, ya hemos expuesto, en entregas anteriores de este blog, la necesidad de identificar y evaluar nuevos caladeros potenciales (pesca pelágica y demersal en aguas profundas de la plataforma continental). Una medida de tal naturaleza supone, claro está, el desarrollo y diseño de las pesquerías asociadas y, sobre todo, la profesionalización de la actividad y de sus actores.

Así, pues, en respeto de la tradición y costumbres, del conocimiento ancestral y arte asociado a la carpintería de ribera, hay que profesionalizar la pesca en aras de su eficiencia ecológica y económica y de la seguridad de su gente (las noticias recientes hablan de demasiados casos de pescadores extraviados y/o fallecidos en las aguas costeras del país).

 Habría, entonces, que pasar de esto:

 A esto:


Y a esto:

Dar ese paso implica que nuestros pescadores estén suficientemente entrenados en nuevos equipamientos y maniobras, en mecánica, estiva y conservación a bordo, uso de la electrónica para la detección, la comunicación, la seguridad y en la significación, para el oficio, de la ecología marina y la biodiversidad. Dar ese paso implicaría recuperar y reactivar los centros de enseñanza venidos a menos o desaparecidos y diseñar currículos adaptados a estas nuevas realidades; avanzar, finalmente, significaría EDUCAR, verbo clave e inapelable si es que aspiramos a tener futuro.

En principio, los actores políticos, aquellos que, tras muchos años y todavía, detentan el poder de cambiar las cosas, están allí para que su pasaje por esos cargos de responsabilidad para con la gente y la sociedad dejen una marca de desarrollo y de progreso… en principio…

Un filósofo francés, Mauricio Blondel, decía que es imposible adoptar efectivamente una actitud de abstención («hacerse el loco» y/o «pasar por debajo de la mesa») ... pues uno es autor, tanto de lo que hace como de lo que deja... así no sea nada.


jueves, 23 de marzo de 2023

Cuando lo artificial no es tan inteligente

 Esta vez no voy a escribir mucho. A veces ni siquiera quisiera tener que hacerlo para no divulgar -¡otra vez!- críticas y/o malas noticias, o más bien desearía hacerlo en modo exultante, satisfecho; pero es que, desafortunadamente, no encuentro motivo ni inspiración alguna para hacerlo en ánimo jubiloso.

Gracias a la imitación basta (adejtivo y no verbo) de la herramienta de Elon Musk (en la cual invirtió un millardo de dólares), OpenAI, y de la que se deriva ChatGTP, hoy, 23 de marzo de 2023, pude entrevistar a un personaje de disímil recordación, a pesar de que el dicho personaje falleció hace más de 10 años.

Cual ouija cibernética, hoy me serví de «Chatvez.com» para conocer la opinión del interlocutor aludido sobre el sector productivo, causa de nuestros desvelos: la pesca.

He aquí mis preguntas y sus respuestas:



Sorprendido ante la siceridad de la respuesta (un político ojetivo «en el poder» es rara avis) tuve, entonces, que repreguntar:



Tan obvia contradicción entre ambas respuestas, en tan solo unos minutos, no podían provenir del mismo entrevistado, por más virtual que este sea, por lo que, finalmente requerí:


Las fake news, la Inteligencia Artificial y la fabricación de postverdades no parecieran tenerlas consigo como armas de propaganda para cambiar la percepción de la realidad que padecemos, soportamos e intentamos resistir. Yo preferiría que estas ingentes inversiones para forjar un mundo supuesto e inverosímil se destinaran, más bien, a aliviar la crisis humanitaria compleja que, esta sí, de artificial o de virtual no tiene nada. 


jueves, 16 de marzo de 2023

Pescando en agua tibia




El mensaje celebratorio, pronunciado con voz clamorosa por el responsable del sector, hace hincapié en el dudoso mérito de que «…el oficio de la pesca tal vez sea uno de los últimos de la humanidad que se remonta a nuestros ancestros…» … ¿Y los mesopotámicos de hace 10 mil años atrás que ya dominaban ciertas técnicas de siembra y cría de animales? ¿Y la Edad del Bronce y la del Hierro, que moldearon sus culturas respectivas entre 3 mil y 1.200 años a.C.? Al final, hasta la computación moderna tiene un origen ancestral… si no, que lo digan los chinos y/o árabes que ingeniaron el ábaco en el lejano y el medio oriente hace 3 mil años. Toda actividad humana tiene un precedente y es el resultado de un cúmulo de experiencias que debería suponer, y casi siempre lo es, una evolución, un progreso. 

Sabemos que no es el caso de la pesca en nuestro país, donde los escasos e irregulares números sugieren una enorme regresión. Donde el mismo funcionario, en otra de sus alocuciones vía RRSS, amenaza a los pescadores sardineros con «ponerlos a sutura» (a cualquiera se le escapa un gazapo) si estos no respetan las regulaciones pesqueras sobre el «estop» (sic), refiriéndoce al inventario de una especie con el que contamos para efectos de la pesca. En todo caso, y por encima de las destrezas comunicacionales de cada quien, está el contenido que, sobre todo en el caso de un funcionario, debe corresponder a la verdad respaldada con datos objetivos. 

Lo cierto es que la misma fuente habla de capturas que rondan las 40 mil toneladas de sardina el año pasado, versus las sesenta y tantos mil de años anteriores (mejor, no hablemos del promedio de 150 mil/año durante los 90 y principios del milenio), lo cual interpreta el orondo funcionario como un eventual colapso de la pesquería, advertido, además, por el «primer y único estudio que se ha hecho en Venezuela sobre este recurso» y que está actualmente en desarrollo. 

¡Caramba señor ministro! Hay muchos y muy formales y sistemáticos desde finales de los 80, pero humildemente sugiero la lectura de, al menos, uno solo: Spatial variability of Spanish sardine (Sardinella aurita) abundance as related to the upwelling cycle off the southeastern Caribbean Sea | PLOS ONE, y quizás, si tiempo e interés hay, también convendría revisar una breve historia de los estudios de la sardina en Venezuela, de tiempos no digamos ancestrales, pero que comenzó ya en los años 70 y se detuvo en 2009 (c.f. https://pescandoelcambiove.blogspot.com/2018/08/evaluacion-de-los-stocks-pesqueros-en.html ). 

Así, mientras los pescadores siguen exigiendo condiciones mínimas de operatividad y seguridad para ejercer su labor, mientras crece indetenible la desnutrición infantil, mientras permanecen prácticamente cerrados lo centros de investigación marina del país, la burocracia oficial vuelve a anunciar el invento del agua tibia.

Leyendo, analizando y comentando

Algo personal...

  En mejores tiempos, Estación de Investigaciones de Margarita, EDIMAR de la Fundación La Salle, a la izquierda, y fachada del Instituto Oce...

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