La frase completa de Paul Valéry
es: “El problema de nuestros tiempos, es que el futuro ya no es lo que solía
ser”. Y si a esta sutil ironía de Valéry le sumamos el penetrante sarcasmo de
Winston Churchill, cuando dijo “El pronóstico es un arte difícil… especialmente
cuando se trata del futuro”, obtendremos un perfecta calificación de esta época
que nos tocó.
Hubo tiempos mejores, en los que
vivíamos despreocupadamente bajo el convencimiento del carácter inagotable de los dones del
planeta. Mejores, porque la humanidad sólo se concentraba en optimizar los
métodos de explotación de los recursos naturales, sabiéndolos (creyéndolos)
infinitos; percepción esta que se extendió incluso hasta bien entrado el siglo
XX.
Ya conocemos lo que pasó después;
lo que está pasando ahora y el calibre de sus consecuencias. Administrar pues hoy
recursos naturales bajo aquellas premisas anacrónicas, enfocadas sólo en el
incremento de la producción, no es nada más ignorancia; es irresponsabilidad e
ineptitud.
Y cuando nos referimos a nuestro
tema específico, la pesca (sensu lato), efectivamente constatamos rápidamente
que el pronóstico es un arte difícil. Hace mucho rato que sabemos que la
administración pesquera no es un tema de ‘poder de pesca’. Ni siquiera se trata
sólo de ‘Máxima Captura Sostenible’. El reto, en todo caso, es lograr una gestión
que para ser óptima, debe, sí, procurar capturas importantes, pero sobre todo,
debe contar con la opinión de los científicos sobre cómo capturar lo máximo posible
(no necesariamente ingente), con el menor impacto aceptable. Es así como se compone
el concepto de sostenibilidad, que, por supuesto, no es fácil, como tampoco lo
es entender las complejidades de un sistema natural bajo explotación, en términos
de biodiversidad, hábitat y rentabilidad social a largo plazo, en el futuro…el
de Valéry y Churchill.
Por eso, a cada quien su trabajo;
a cada quien su responsabilidad: el deber del Estado es propiciar el
mantenimiento de las series temporales estadísticas. El deber de la comunidad
científica es servirse de ellas, identificar variables pertinentes y diseñar
nuevas series. El deber del administrador es emplear las tendencias observadas,
para ajustar los dispositivos de regulación.
Ese es el deber, o sea, esa es la
obligación moral y debería ser la obligación legal. Pero aquí el Estado, o lo
que va quedando de él, a punta de discursos en los que pretende vender una
ilusión autárquica, apenas impulsa deficiente y espasmódicamente aumentos a
troche y moche de la producción agrícola, que sin embargo ha sido
tremendamente insuficiente (Encovi 2020).
Es triste, abismalmente triste, que
–empleando la jerga de los economistas- la variable de ajuste más “exitosa”
para paliar las carencias, ha sido la expulsión de cerca de 5 millones de
venezolanos de su tierra. Es por eso, paciente lector, que el déficit para
satisfacer los requerimientos poblacionales de consumo de recursos vivos
acuáticos no es más profundo. Es por eso que las supestas 200 mil toneladas anuales declaradas a la FAO “rinden” en un país también demográficamente deprimido, que hace no mucho
tiempo, cuando creíamos tener el futuro asegurado, producía 500 mil toneladas cada año.