La imagen es por decir lo menos,
inquietante, alarmante, pues se trata de este señor; harto conocido, propagandizando
(sic) la producción y la exportación de sardina.
Este mismo personaje, en su calidad
de autoridad electa en aquel tiempo, en 2014, prohibió, vía decreto, la
exportación de alimentos de la dieta básica no excedentarios, entre ellos, y en
primera línea, la sardina. ESte rubro en particular, posse una calidad alimentaria excepcional y había sido relativamente accesible para una población sometida ahora a una crisis humanitaria desde hace demasiado tiempo, pero que durante décadas se benefició de capturas abundantes y estables hasta que ciertos
factores ambientales y la sobreexplotación sostenida desde hace por lo menos 10
años han generado una merma dramática en su abundancia en el medio natural, y,
consiguientemente en sus capturas que ahora son profundamente insuficientes según la tradición y requerimientos de consumo nacionales.
Es así que la exportación de sardina -junto con las de la tahalí,
entre otros- tiene hasta visos de inmoralidad, dadas las carencias nutricionales
de la población infantil en el país.
Este es un punto, como decíamos,
alarmante, pero hay una segunda consideración que aparece disimulada bajo el
ropaje promocional de los «esfuerzos efectivos» que está haciendo el sector pesquero,
a través del ministerio de pesca, para aportar en la oferta exportable de
Venezuela y contribuir así con la generación de divisas, la agregación de valor
de materia prima, la venta eventual de pescado en las esquinas de las ciudades,
la identificación de especies de pesca profunda, los inventarios de la
diversidad biológica en una playa por aquí y otra por allá, la «evaluación» de
potenciales pesqueros, la evaluación técnica de motores fuera de borda chinos,
la defensa de las costas desde peñeros tripulados por connacionales acaso
armados y sin ningún entrenamiento para la guerra, y que probablemente no tienen
claro el concepto de la expresión «carne de cañón».
El ministerio de pesca y sus
órganos adjuntos se han convertido, pues, en administradores, evaluadores
científicos, vendedores, exportadores, embajadores, importadores, buhoneros,
educadores, mitineros, sindicalistas, legalistas, legisladores, reclutadores,
entrenadores, paramilitares…, sin ningún interés en comprender y asumir el
hecho de que esta insensata dispersión de «deberes y atribuciones» solo resulta
en anarquía e ineficiencia.
El sector pesquero y otros, como
lo fue otrora, debería organizarse bajo la premisa de que el papel esencial del
Estado es propiciar el mantenimiento de las series temporales estadísticas. El
deber de la comunidad científica es servirse de ellas, identificar variables
pertinentes y diseñar nuevas series, y el deber del administrador es emplear
las tendencias observadas, para ajustar los dispositivos de regulación. Es así
como deberían distribuirse las tareas, y dejar el resto para los comerciantes,
los soldados, etc., según el caso.
Recientemente oí de unos investigadores
asociados al sector minero que la mina evoluciona en contextos que son propicios
a la irresponsabilidad (¡c.f. Arco minero del Orinoco!), pues produce bienes de
los cuales la sociedad no puede prescindir, y, por lo tanto, puede escapar con mayor
facilidad de las regulaciones legales.
La alimentación adecuada, por su
parte, en la cual los productos pesqueros deberían jugar un papel preponderante,
aquí, en nuestro territorio y no en Asia, es también base irreemplazable del progreso
real, pero este último no puede ser tal si no se desarrolla bajo principios de
responsabilidad social y ambiental… y administrativa.

otra prueba mas del único interés existente: llenarse los bolsillos de cualquier manera y sin importar el costo humano.
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