viernes, 11 de mayo de 2018

De cómo convertir un pescadito en alegoría de extravío político








Es tarea inútil, además de inconveniente, abstraerse del sombrío contexto político que lo impregna todo en este país. 

Somos, o debemos ser, antes de cualquier otra consideración, ciudadanos. Ciudadanos que rechazamos el papel de actores lerdos, acríticos y suplicantes, que van por la vida estirando el brazo con la mano abierta y la palma hacia arriba… posición esta que es la que justamente debemos adoptar para atrapar alguna de las sardinas que lanza el candidato. 

¿Candidato a qué? ¿Candidato con qué probabilidades de ganar o de ejercer después de su eventual triunfo electoral? Ese es otro tema que por estos días avasalla los medios y las interacciones en las redes, y en el que cada uno tendrá sus respetables dudas o certitudes.

Mi preocupación, aquella asociada a la temática de este blog, preocupación que ya hace rato torna en ansiedad y desasosiego, es que el gobierno y aquel que dice oponérsele con propuestas alternativas, racionales y razonadas, promueven ambos sus supuestas virtudes con actos y gestos que empujan la idea de que el mejor gerente, el más eficiente de los gobernantes, es aquél con el que podamos trabajar menos y sin embargo tener más. 

El aprovechamiento responsable de un recurso pesquero empieza por poder contar con información suficiente, entendiendo información como conocimiento susceptible de reducir la incertidumbre. Y por ahora, lo que más abunda en torno a la sardina y otros recursos pesqueros, es precisamente la incertidumbre sobre su viabilidad a futuro; sobre su sostenibilidad en el largo plazo. 

Seguir operando esta pesquería bajo las modalidades que hoy impulsa el gobierno, está enfrentado con la responsabilidad, sobre todo si consideramos que los precarios datos científicos -precarios y desactualizados, ciertamente, pero obtenidos en el pasado con criterios técnicos formales- sugieren que las poblaciones sardineras se acercan al colapso. 

Reducir artificialmente el valor real de producción de la sardina, a través de subsidios coyunturales y descuadernados, para luego repartir el pescado a través de circuitos fortuitos, impredecibles, no sistemáticos (no hace falta leer entre líneas: a estos circuitos se les llama Caravana de la Sardina), al final no es muy diferente a trastabillar sobre una embarcación, mientras se lanzan pescaditos a una multitud desprovista que para atraparlos, tiene que estirar los brazos con las manos abiertas, con las palmas hacia arriba…

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