Es
tarea inútil, además de inconveniente, abstraerse del sombrío contexto político
que lo impregna todo en este país.
Somos,
o debemos ser, antes de cualquier otra consideración, ciudadanos. Ciudadanos que
rechazamos el papel de actores lerdos, acríticos y suplicantes, que van por la
vida estirando el brazo con la mano abierta y la palma hacia arriba… posición esta que es la que justamente debemos
adoptar para atrapar alguna de las sardinas que lanza el candidato.
¿Candidato
a qué? ¿Candidato con qué probabilidades de ganar o de ejercer después de su eventual
triunfo electoral? Ese es otro tema que por estos días avasalla los medios y
las interacciones en las redes, y en el que cada uno tendrá sus respetables
dudas o certitudes.
Mi
preocupación, aquella asociada a la temática de este blog, preocupación que ya hace rato torna en ansiedad y desasosiego, es que el
gobierno y aquel que dice oponérsele con propuestas alternativas, racionales y
razonadas, promueven ambos sus supuestas virtudes con actos y gestos que empujan la
idea de que el mejor gerente, el más eficiente de los gobernantes, es aquél con
el que podamos trabajar menos y sin embargo tener más.
El
aprovechamiento responsable de un recurso pesquero empieza por poder contar con
información suficiente, entendiendo información como conocimiento susceptible
de reducir la incertidumbre. Y por ahora, lo que más abunda en torno a la sardina
y otros recursos pesqueros, es precisamente la incertidumbre sobre su
viabilidad a futuro; sobre su sostenibilidad en el largo plazo.
Seguir
operando esta pesquería bajo las modalidades que hoy impulsa el gobierno, está
enfrentado con la responsabilidad, sobre todo si consideramos que los precarios
datos científicos -precarios y desactualizados, ciertamente, pero obtenidos en
el pasado con criterios técnicos formales- sugieren que las poblaciones sardineras
se acercan al colapso.
Reducir
artificialmente el valor real de producción de la sardina, a través de
subsidios coyunturales y descuadernados, para luego repartir el pescado a
través de circuitos fortuitos, impredecibles, no sistemáticos (no hace falta
leer entre líneas: a estos circuitos se les llama Caravana de la Sardina), al
final no es muy diferente a trastabillar sobre una embarcación, mientras se
lanzan pescaditos a una multitud desprovista que para atraparlos, tiene que
estirar los brazos con las manos abiertas, con las palmas hacia arriba…
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