Flota de pesca de arrastre abandonada en Puerto Sucre, Cumaná. |
En estos días de efervescencia
política y social, este titular puede resultar provocador, y esa es la
intención, pues he querido llamar la atención sobre la enorme brecha que hay
entre las acepciones de las palabras oposición y contradicción.
Así se lo oía recientemente a un
filósofo que disertaba sobre la relevancia del uso de las palabras adecuadas y de
la importancia de su escogencia, para lograr una comunicación efectiva y, como
consecuencia, efectos útiles derivados de una diatriba, aparentemente
insalvable… y es que las palabras generan modos, actitudes, comportamientos...
y políticas.
Nuestro personaje decía, no sin
razón, pues así lo revela la situación que vive nuestro país desde hace ya 25
largos años, que la palabra ‘oposición’ connota enfrentamiento, lucha,
antagonismo y, por lo tanto, es el germen de grupos identitarios que se cohesionan alrededor de
una idea que termina siendo doctrinaria e inamovible. Una contradicción, por su
parte, supone discordancia, argumentación, discusión, pero nunca atrincheramiento idelógico sin réplica posible.
Ya que este blog va de pescar el
cambio, veamos un ejemplo de oposición versus contradicción que ha marcado el
devenir de la pesca en Venezuela: Por decreto presidencial, en 2009 y luego su
inclusión y aplicación firme y definitiva en el Decreto con Rango Valor y
Fuerza de Ley de Reforma de la Ley de Pesca y Acuicultura en 2014, el régimen se opuso y prohibió a la pesca industrial de arrastre en todas las aguas jurisdiccionales
venezolanas. Los argumentos que justificaron esta medida legal fueron las
recurrentes denuncias de alteración física del fondo, de
las comunidades naturales asociadas; la excesiva captura incidental de especies
y de tallas no aprovechables; el presumible esfuerzo de pesca excesivo y la
interferencia y conflictos entre la pesca industrial y la artesanal por
solapamiento espacial y destrucción de artes y aparejos artesanales por parte
de los buques de categoría industrial.
La pesca industrial de arrastre
demersal comenzó a operar en el país hacia principios de los años 1950 y llegó
a alcanzar una flota de cerca de 400 unidades distribuidas principalmente en
los Estados Falcón, Sucre y Anzoátegui, aportando una producción interanual
variable, pero del orden de entre 20 y 30 mil toneladas/año. Sin tomar en cuenta
la calidad de las regulaciones impuestas a esta modalidad de pesca en relación
a la selectividad, dimensiones de redes, dispositivos de exclusión de tortugas,
áreas de exclusión, etc., la eliminación absoluta de la pesca industrial de arrastre
en el país, sin el diseño e implementación de alternativas sustitutivas, se
tradujo en la reducción de la necesaria oferta pesquera en cerca de 30 mil
toneladas anuales en un país en déficit y en medio de una crisis alimentaria
profunda. La medida, además, dejó sin trabajo a miles de tripulantes y demás
trabajadores asociados al sector, estimuló la pesca artesanal de arrastre en
zonas sensibles del margen marino costero y promovió la misma pesca industrial
pero ahora de manera clandestina y no regulada. Al final, la oposición a este
tipo de pesca se convirtió en execración y la execración en un problema mayor.
Así, las autoridades del sector nunca han salido de su trinchera: la pesca de arrastre es una pesca maldita y sus detractores son fanáticos de su causa. EL análisis y el debate sobre los decretos de proscripción absoluta no ha podido tener lugar. La discusión sobre la incorporación de técnicas actuales de mejoramiento de la selectividad, de determinación de áreas y fondos aptos, de seguimiento y control de capturas, de medidas compensatorias y beneficiosas a través de la identificación de zonas prioritarias de conservación y la creación consecuente de áreas marinas protegidas, medidas todas que han sido exitosas en muchos lugares del planeta, ni siquiera ha sido considerada… No es no… La oposición desde el gobierno no requiere ni acepta argumentos en contra. La contradicción, en cambio, que requiere de argumentación, de pruebas, de demostración, de estudio, de esfuerzo y de trabajo, no ha sido posible, como no ha sido posible, entonces, incorporar a la oferta nacional los imprescindibles alimentos de alta calidad nutricional provenientes de una flota de arrastre moderna y sostenible.
Ojalá que en estos tiempos frescos
que se avecinan, el ambiente político se impregne de más contradicción y menos
oposición, pues «un fanático es alguien que no puede cambiar sus opiniones, y,
además, no quiere cambiar de tema» (Churchill dixit), y de eso, y por eso, ya
hemos padecido demasiado en lo que va de siglo.