lunes, 4 de agosto de 2025

Reflexiones sobre la equidistancia

 

Laboratorio de acústica a bordo del buque Ángeles Alvariño de la flota oceanográfica española. Foto: ieo.es

En su acepción más pura, la equidistancia es la igualdad de separación entre varios puntos u objetos, extensible esa igualdad a la distancia entre varias formas de pensamiento, o entre varias maneras de actuar político, y, al final entonces, entre sus consecuencias y resultados.

Después de invertir casi el 70 % de mi vida estudiantil y profesional en el Campus de Margarita de la Fundación La Salle, es sus talleres, barcos, aulas, laboratorios y oficinas administrativas; conservo aun el orgullo de haber conformado equipos de primera línea para el estudio profundo, juicioso y sistemático de los ecosistemas marinos del oriente venezolano y más allá, de sus pesquerías asociadas al sistema de surgencia, de sus investigaciones en ingeniería de los alimentos, de sus programas de entrenamientos para navegantes, cuyos egresados se arrebataban las flotas pesqueras, de transporte, de buques quimiqueros, petroleros. Después de haber visto y vivido todo aquello con la confianza y la satisfacción de que éramos actores determinantes en el progreso de la región y del país, de que estábamos incidiendo significativamente en la calidad de vida de la gente de nuestro entorno inmediato de Punta de Piedras, de la Isla de Margarita toda, del Delta del Orinoco, del oriente y del país entero, a través de nuestros proyectos de relevancia nacional, muchos de ellos con el apoyo financiero e intercambios técnicos con universidades, laboratorios y empresas de Francia, España, Estados Unidos, empresas y agencias de cooperación multilaterales; después de todo aquello, las noticias que recibo de aquel otrora vivaz Campus, de impetuosa actividad educativa e investigativa, siempre flamante y concentrador y generador de saberes para el verdadero desarrollo, esas noticias de hoy son desoladoras: infraestructuras yermas, edificios desmantelados, buques desvencijados y trabajadores, los que quedan, profundamente desmotivados, algunos de los cuales participan en unas actividades «productivas» de cultivos de algas (ya no de experiencias piloto de identificación de especies y desarrollo de técnicas para el cultivo de peces, moluscos, crustáceos y otros invertebrados que hicieron de Fundación La Salle institución puntera y de referencia para estas iniciativas de interés nacional) que apenas aportan centavos y disimulan el abandono y la incuria que lo arropa todo.

Y es, justamente, en ese caldo de desgracias, que se repite en muchas otras instituciones científicas y educativas del país, donde la necesidad de sobrevivir, la adaptación necesaria ante la perspectivas de desempleo y de pobreza absoluta, se van trocando en aquel «peor-es-nada» que al final logra sistematizarse bajo la forma de iniciativas científicas muy elemntales, decimonónicas y no pocas veces con visos de pseudociencia practicada por colegas que se dicen ajenos a la política nacional, que no están ni con un lado ni con el otro y que por tanto ocupan y defienden una posición equidistante. Esta posición, quizás, les procure cierta tranquilidad de consciencia y algunos medios de subsistencia ante la inexistencia de mejores opciones… Al final, pues, resulta obvio a quién sirve y a quién conviene esa tal equidistancia y quién le interesa promoverla con instituciones universitarias y de investigación que proliferan como hongos hipnóticos montados sobre contubernios con países completamente ajenos a nuestros modos, cultura y tradición científicos, a diferencia de los de toda la vida con los que sí habíamos logrado acuerdos verdaderamente fructíferos  para el progreso de nuestra sociedad… ¿quién puede negar, por ejemplo, el papel de nuestras universidades autónomas y sus innumerables convenios internacionales en la prosperidad que tuvimos en el país?     

«La ciencia no es solo para científicos. Es para cualquier persona que alguna vez se haya preguntado: ¿por qué?» Esta frase, que le leí recientemente de un colega, encierra una verdad, sí, pero que puede esconder la justificación de esa plétora de científicos populares aislados, de cultores cuya actuación es deseable y encomiable en sus escalas respectivas, que apela a nuestro romanticismo, altruismo, humanidad, buenismo, pero que poco tiene que ver con la dimensión de los problemas del país y sus ingentes carencias de investigación básica y aplicada.

Cuando se hace ciencia, uno de los primeros pasos es definir los alcances en función de las capacidades técnicas, profesionales, logísticas e instrumentales que con las que se cuenta. Tiene que haber una relación de proporción entre los objetivos y esas capacidades, y los objetivos de estos tiempos tienen que ver, en primer lugar, con revertir la crisis humanitaria compleja que afecta a cada ámbito de nuestra sociedad, y dudo que quien provocó esa crisis se pueda erigir ahora como su remediador, promoviendo la equidistancia, el apolitismo, después de haber promovido antes y ahora la destrucción de la tradición y trayectoria institucionales educativa y de investigación.

Mientras tanto, colegas, hay que procurar trabajar, hay que intentar hacer aportes aún en medio del sacrificio, la insuficiencia, las conminaciones y la frustración. Lo que no debemos permitirnos es dejar que la equidistancia se convierta en una coartada permanente, en una evasiva de la realidad que nos aplasta.  

Es que como decía Pascal: «El Hombre no es ni ángel ni bestia. La desgracia es que quien pretende ser ángel (dueño de la verdad absoluta) termina convirtiéndose en bestia». ¿Cómo se puede entonces guardar la equidistancia con un modelo tal?      

1 comentario:

  1. Hola Pepe. sangraste en ese artículo lo que fuimos. Lo quea se es actualmente con sus parroquialismos y buena voluntad pero sin conocimiento o preparación necesaria. Has delineado el futuro que nos toca por delante.
    Gracias por los aciertos.
    Un abrazo JF

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