martes, 1 de febrero de 2022

Marcel Proust en Cumaná

 

 

 

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Transido por nuevos casos, esta vez en la Universidad de Los Andes, que, lejos de parar, se repiten la mayoría de ellos discreta y anónimamente, mi memoria planea por mis primeros días de estudiante universitario en el oriente del país: tímido y abrumado por el gentío; por la algarabía de cientos de estudiantes entrecruzándose en pasillos flanqueados por decenas de puertas de aulas y laboratorios, las anchas y pulidas escaleras del intimidante Edificio de Ciencias y sus paredes colmadas de avisos de eventos académicos, de listas de calificaciones, pantalla de alegrías y frustraciones expresadas bulliciosamente por los evaluados; la regia estructura de «El Oceanográfico», meca de mis ambiciones de muchacho; los jardines y fuentes que me conducían a «Humanidades», en cuyas aulas conocí a Marcel Proust... 

Pues sí: la obra de este «mundano diletante», entre otros escritores universales, era parte de nuestras obligaciones académicas  como estudiantes de Biología Marina, en un contenido curricular que confería peso y valor a las artes y ciencias del espíritu en la formación integral de profesionales  en ciencias de la vida. Clases apasionantes -o no tanto-, dictadas en ambientes sobrios y dignos por voces con múltiples acentos –asiáticos, del Cono Sur, del Medio Oriente, criollos- que inspiraban deferencia, algún miedo y, sobre todo, un enorme respeto por su aproximación a la sabiduría. Eran tiempos en los que era fácil entender porqué a la amalgama de esos recintos y de esa gente se le llamaba «Universidad».

Hoy en Venezuela, esta palabra evoca tragedia, burla y menosprecio, por recintos y por gentes. Hoy, «el poder» ha logrado que la discusión social sobre el Profesor Salinas sea un cruce de invectivas hacia la «familia que lo abandonó» y esta que intenta defenderse, arguyendo que nunca desatendieron a su padre/abuelo que, sin embargo vio morir a su esposa de mengua, incapacitado él mismo de asistirla en medio de la soledad y la depresión que casi lo mata a él también. Lo cierto es que el debate no está allí. Ni siquiera eso debería ser objeto de discusión, pues cada familia es dueña absoluta de la forma cómo sus miembros se relacionan entre sí. A cada quien con sus afectos, sus responsabilidades y sus compromisos. Lo que sí es objetiva y absolutamente reprochable sin ningún bemol es el irrespeto que representan los presupuestos universitarios (menos del 10% de los requerimientos), la insolencia que es el salario de los profesores en ejercicio, el insulto y la humillación del ingreso por jubilación del Profesor Salinas, el «premio» a sus enormes méritos. Hoy Salinas y su esposa son la cara visible y desgarradora de la infamia cotidiana que sofoca a la universidad venezolana, apartándonos a la fuerza de cualquier vía de regeneración y progreso. 

Marcel Proust dijo: «La indiferencia ante la desgracia de los demás es, definitivamente, el más terrible gesto de crueldad». Esta sentencia admonitoria retumbaría sonora hoy en las paredes de la universidad cumanesa de mis primeros días… si paredes quedaran…       

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