A pesar de la falta de
información sistemática, detallada y pública, solo apenas con lo reportado a la
FAO, o, más bien, a las estimaciones que esta organización tiene que hacer a
falta de datos exhaustivos que el país está en la obligación de rendir, sabemos
que la pesca venezolana está en declive. A pesar, también, de que la flota
artesanal ha crecido, las capturas totales han pasado de cerca de 500 mil t/año
en los 90 y principios de los 2.000 a unas 240 mil toneladas el año pasado
(MPPPyA dixit). De manera imprecisa
pero evidente, hemos visto la declinación de las pesquerías de sardina, del
esfuerzo de pesca desmesurado, sobre el tajalí, por ejemplo, para satisfacer un
mercado ajeno en detrimento de la imprescindible oferta que debería estar
disponible para cubrir las necesidades alimentarias de una población con un
alto porcentaje de desnutrición.
Hay, pues, un agotamiento patente
de las pesquerías tradicionales que operan en la plataforma continental a
relativamente baja profundidad, y, sin embargo, las políticas, al menos las que
se dejan conjeturar en las cuentas oficiales de las redes sociales, apuntan,
quién sabe cómo, al aumento de las capturas, al incremento de la producción
pesquera basado en un mayor esfuerzo de pesca, pero sobre caladeros y con los
medios que han sido tradicionales en nuestro país (menos la execrada pesca de
arrastre de media altura). En un contexto general de sobrepesca, lo que vemos,
lo que se nos anuncia y se nos promete son ferias, caravanas, operativos
puntuales y subsidios de probada inefectividad, en pompas populistas que son más espectáculo que gestión.
En contraposición, entre otras
medidas que deberían conformar una política pesquera integral, ya hemos expuesto, en entregas anteriores de este blog, la necesidad de identificar y evaluar nuevos
caladeros potenciales (pesca pelágica y demersal en aguas profundas de la plataforma
continental). Una medida de tal naturaleza supone, claro está, el desarrollo
y diseño de las pesquerías asociadas y, sobre todo, la profesionalización de la
actividad y de sus actores.
Así, pues, en respeto
de la tradición y costumbres, del conocimiento ancestral y arte asociado a la
carpintería de ribera, hay que profesionalizar la pesca en aras de su
eficiencia ecológica y económica y de la seguridad de su gente (las noticias recientes
hablan de demasiados casos de pescadores extraviados y/o fallecidos en las
aguas costeras del país).
Habría, entonces, que pasar de esto:
A esto:
Y a esto:
Dar ese paso implica que nuestros pescadores estén suficientemente entrenados en nuevos equipamientos y maniobras, en mecánica, estiva y conservación a bordo, uso de la electrónica para la detección, la comunicación, la seguridad y en la significación, para el oficio, de la ecología marina y la biodiversidad. Dar ese paso implicaría recuperar y reactivar los centros de enseñanza venidos a menos o desaparecidos y diseñar currículos adaptados a estas nuevas realidades; avanzar, finalmente, significaría EDUCAR, verbo clave e inapelable si es que aspiramos a tener futuro.
En principio, los
actores políticos, aquellos que, tras muchos años y todavía, detentan el poder
de cambiar las cosas, están allí para que su pasaje por esos cargos de
responsabilidad para con la gente y la sociedad dejen una marca de desarrollo y
de progreso… en principio…
Un filósofo
francés, Mauricio Blondel, decía que es imposible adoptar efectivamente una
actitud de abstención («hacerse el loco» y/o «pasar por debajo de la mesa») ...
pues uno es autor, tanto de lo que hace como de lo que deja... así no sea nada.