Imagen: Utopía Digital |
Este título es casi
una paráfrasis de aquel eslogan de la campaña electoral de Clinton que
pretendía llamar la atención sobre la prioridad que debía atender el ganador
de las siguientes elecciones presidenciales de aquel momento en los EE.UU.: «Es la economía, estúpido».
Y es que por estos
días de ambiente preelectoral en nuestro país (más allá de que, ojalá,
finalmente logremos «el lujo» de poder tener elecciones libres, supervisadas y
con resultados creíbles), las ofertas políticas de los precandidatos están
repletas de propuestas y proyectos para recuperar el crecimiento del Producto
Interno Bruto y alcanzar cifras de 6-8 % anual, tal como lo era en tiempos no
demasiado remotos.
Todavía, a pesar de
que ya rebasamos el punto de no retorno climático y estamos sufriendo sus ya
desastrosas pero apenas preliminares expresiones, los actores políticos siguen
ofreciendo puntos de PIB como argumento de campaña y como promesas de gobierno,
sin reparar en que este indicador de «progreso» es de carácter exponencial,
mientras que los recursos que extraemos de los ecosistemas -más o menos intervenidos,
ese no es aquí el punto-, traducidos en valor monetario para respetar la
definición del PIB, jamás podrían acompañar un crecimiento de esa naturaleza
sin que en algún momento sobrevenga la desilusión, la frustración social, y,
ojalá no, la catástrofe.
Pongo a continuación
un ejemplo que puede ilustrar el problema: hace unos meses las autoridades
pesqueras declararon haber logrado cerca de 20 % de incremento en las capturas con respecto al año anterior, y que en esa línea trabajarían para alcanzar porcentajes
similares en los años a venir.
La figura anterior es puramente teórica, pero muestra el resultado del cumplimiento de la premisa de crecimiento ofrecida por los funcionarios, en el caso de que fuera posible mantener un crecimiento de 20 % anual en la pesquería de sardina. El segmento en rojo de la curva corresponde a las capturas reales, o, en todo caso, reportadas a la FAO. Luego, el azul representa como serían esas capturas en caso de que la naturaleza fuera capaz de acompañar nuestros desafueros: en apenas dos años, en 2025, estaríamos pescando una cantidad similar al máximo histórico de 2004 (un poco más de 200 mil toneladas), y en 2032 capturaríamos el equivalente a la totalidad de la biomasa sardinera, según las estimaciones científicas que hiciéramos en los años 90... Así de absurdo puede ser el aferrarnos a indicadores meramente economicistas.
Cuantificado en cualquier unidad -toneladas, dólares, barriles, megawatts, yenes, rublos o Bitcoins-, tal como lo afirma mi autor de cabecera1, mientras nuestra actividad se mida en términos de crecimiento del PIB, nuestro recorrido hacia la debacle no va a detenerse y nada podremos hacer para evitarla.
El Producto Interno
Bruto (esa vez sin la coma) no debe ser el objetivo de la sociedad. Así lo afirma categórico Jean-Marc
Jancovici2, otro especialista que es referencia planetaria para
estos temas asociados al cambio climático. Hay mil otros indicadores de
bienestar, que no necesariamente de crecimiento, que podrían y deberían
orientar de manera realista y objetiva el diseño de nuestras políticas en aras
de la prosperidad… aquellos, por ejemplo, que miden nuestro desempeño como
sociedad en aspectos básicos del desarrollo: la nutrición, la salud, la educación;
aspectos estos en los que nuestras curvas, hoy, son todas descendentes…
1 Cataclysme ou Transition. L’Écologie au pied du mur. François Gerlotto. IFCCE. Collection Cité. 2019.
2 https://www.youtube.com/watch?v=FUEFlEOFc5M&t=7s&pp=ygUTamVhbiBtYXJjIGphbmNvdmljaQ%3D%3D
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