En mejores tiempos, Estación de Investigaciones de Margarita, EDIMAR de la Fundación La Salle, a la izquierda, y fachada del Instituto Oceanográfico de Venezuela, en Cerro Colorado, a la derecha. |
Un Miércoles Santo, casi día por día como hoy, pero hace 49 años, celebraba mis 17 años en una playa de Falcón, con la banda de amigos de la infancia; esa infancia de la que seguramente todavía quedaba algún arresto en nuestros juegos y en nuestra manera de ver la vida. No era una celebración como otras anteriores. Esta vez estaba el nervio de la expectativa de que fuera la última en aquellos paisajes y con los mismos carnales, sabiendo que en pocos días dejaría mi casa para ir a vivir a Cumaná y entraría en un mundo nuevo y ajeno, ¡en una universidad!, lejos de la familia y con gente totalmente deconocida... menos uno: Luis José Urosa.
A Luis José Urosa, sobrino de mi abuela cumanesa, el primo grande, flaco y «viejo», lo veía ocasionalmente en alguna vacación de aquellas que pasábamos en la playa de San Luis, en la que la actividad fundamental era recoger guacucos y viejitas para la comida del día (¿quedará todavía alguno de estos bivalvos, alguno de estos anfípodos en esa playa?). De alguna manera, en ese ambiente y en aquellas conversaciones entre primos, se sembró la idea de mandar al muchacho a estudiar Biología en la UDO.
El
Flaco Urosa ya era un planctólogo de renombre, el tipo que tuvo que ver con el Celacanto
el Museo del Instituto Oceanográfico de Venezuela* y su director en algún
momento, cuando, poco tiempo después de aquella última Semana Santa playera,
llegué a Cumaná desde Caracas, a bordo de un autobús salido de El Nuevo Circo repleto de
muchachos, algunos tan nerviosos y expectantes como yo, y que distraíamos
nuestros sustos con cuentos como «¿De dónde eres?, ¿qué vas a estudiar?».
El
recuerdo viene vívido, pues, no teniendo la Semana Santa fecha fija en el
calendario, las coincidencias de fecha y día no son frecuentes y hoy se da 49
años después de aquel tiempo en el que viajé temeroso e ilusionado, y fui
recibido por el Flaco en su oficina del IOV... privilegios de primo segundo.
Urosa me
condujo por los pulidos pasillos del impresionante edificio, y me hizo ver el
frenesí de sus laboratorios y su museo, en el que trabajaba Figueroa, aquel inmenso
héroe de bata blanca, desde la perspectiva de nosotros los párvulos (y creo que
también desde la perspectiva de sus pares y sus colegas), a cuyo mesón de taxónomo poco después nos asomaríamos, junto a sus largas hileras de frascos contentivos de
holotipos y paratipos… y a ver al Celacanto.
El
corazón le jugó una trastada, y el primo se fue temprano. También se fue,
increíblemente, su edificio entero: algo que, en principio, ha debido ser su
legado imperecedero, pero que, sin embargo, es ruina y desolación. Regresar hoy al
IOV es volver a un sitio que ya no existe. Como es también el caso de mi otra
alma mater, la Fundación La Salle de Margarita, prácticamente abandonada a su
suerte en medio del desastre de un país fallido.
Al
final de esta historia personal, que ya no lo es tanto, recorrer hoy Cerro
Colorado, casi 50 años después, es, a decir de uno de mis autores de cabecera,
«como caminar bajo un cielo sin dioses».
*El Celacanto es un pez que se creía extinto desde el Cretácico (66 millones de años atrás) y del cual fue atrapado un individuo vivo en las costas de Sudáfrica en 1938. Otros ejemplares pescados porteriormente en otras localidades fueron distribuidos en algunos museos del mundo. El museo del IOV fue unos de ellos.
Aunque el final no sea el más feliz, es una hermosa historia que merece la pena recordar y honrar. Me quedaré con lo bonito entonces
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. La UDO fue un lugar lleno de conocimiento y juventud. Por casualidad acabo de leer El hombre contra el Golfo de LJU y lamentablement nada à cambiado. Una triste realidad. Saludos
ResponderEliminarTu nostalgia personal puede extrapolarse con facilidad a todos los q estudiamos en alguna universidad venezolana hace algún tiempo atrás. La ruina actual es muy difícil de digerir y queda el consuelo de haber vivido otro universo. Construir uno nuevo será una ardua tarea para las generaciones venideras. Un granito de arena de nuestra generación, puede que sea atestiguar la existencia de ese universo fenecido y, punto de inspiración para fundar uno nuevo. Claro que, primero hay q salir de la oscuridad que lo cubre todo.
ResponderEliminarEs una personal de cada uno de nosotros. Todos los que nos sentimos ajenos en nuestro país, todos los que nos preguntamos qué pasó con aquellas referencias de: ser mejor, trabajar más, estudiar más, esforzarnos más. Es la personal de todos los insiliados de éste país donde la corrupción se transformó en la forma de vida y la única manera de sobrevivir.
ResponderEliminarLo que nos toca y con el corazón "arrugao", es la difícil tarea de ser testigos y registrar con el mayor detalle cuánta barbarie podamos. Sólo así, sabremos cómo sonreírle a aquella esperanza, que aunque lejana, nos traerá la posibilidad de construir mejores caminos