Refinería Cardón; Paraguaná, Estado Falcón; Venezuela (foto: Pepe Cárdenas) |
Los mechurrios llameantes al fondo, en medio de altos cilindros
y atalayas esqueléticas de acero, sugieren que allí muchas sustancias
petrolíferas se desdoblan, circulan, se almacenan y se distribuyen entre tuberías, tanques,
bombas y calderas.
Más cerca; en el eje horizontal y central del cuadro, una
flota pesquera amarrada, con algunos cascos marcados por los rigores de su
agreste vida, pareciera, sin embargo, al tener sus proas hacia el mar abierto,
estar ya aparejada para la próxima faena.
A través del aire amarillo de la península de Paraguaná, se percibe un
paisaje, sin duda, industrioso, dinámico, pero, ¿lo que vemos es lo que es?
Cardón, la refinería de la imagen, está operando al 35%
de su capacidad. O, pongámoslo al revés: 65% del complejo refinador
está paralizado. Su producción de gasolina y otros derivados se ha reducido en
2/3; es decir, solo 110 mil barriles diarios de los más de 300 mil que su
diseño e infraestructura original permitirían producir, como de hecho lo hacía
años atrás; más de seis, cuando su vecina Amuay explotó llevándose la vida de
decenas de personas y la ilusión de una PDSVA funcional.
Enfoquémonos ahora en el eje central de la imagen, definido, en su mayor parte por embarcaciones “polivalentes”. Estas
embarcaciones son el producto de la metamorfosis inducida por el gobierno que,
en sus modos atropellados de administración, pretendió reconvertir los barcos
de arrastre industrial “destructores del ecosistema” en unidades para la pesca “sustentable”.
Ciertamente, durante los años de operación de la flota
industrial de arrastre, se registraron muchos problemas de caída de los
rendimientos pesqueros, por exceso de presión sobre los recursos y por faenar
sobre fondos ecológicamente frágiles. Hubo también innumerables conflictos
entre pescadores artesanales e industriales, dadas las interferencias y competencia
por espacio y especies objetivo entre estas dos modalidades de extracción.
La “mala prensa” de la pesca de arrastre y la falta de regulación
efectiva de la actividad por parte del Estado, en el sentido de promover una
pesca ecológica y económicamente eficiente, derivó entonces en esa medida
severa, al buen estilo de Dracón, que consistió en la eliminación total de la
pesca industrial de arrastre en aguas venezolanas.
Así, cerca de 250 barcos arrastreros salieron de
circulación; como salieron también del ejercicio de su oficio tradicional,
unos 3 mil tripulantes y más de 20 mil trabajadores conectados con la actividad
pesquera (astilleros, muelles, refrigeración, mecánica, transporte,
procesamiento de materia prima...).
Además de lo anterior, en un contexto de demanda creciente, ocurrió la lógica y esperable desaparición súbita de la oferta nacional de cerca de 20 mil toneladas de pescado, oferta ya en declinación por otras razones también comentadas en estas páginas.
Además de lo anterior, en un contexto de demanda creciente, ocurrió la lógica y esperable desaparición súbita de la oferta nacional de cerca de 20 mil toneladas de pescado, oferta ya en declinación por otras razones también comentadas en estas páginas.
En un
intento, si no fútil, sí muy insuficiente e ineficaz, la autoridad pesquera
financió la reconversión de los barcos de arrastre en barcos de pesca
polivalentes (nasas, cordeles y palangres), que apenas alcanzó, según se estima
a falta de datos formales, a unas 30 a 40 unidades (menos del 20% de la flota
indsutrial), algunas de las cuales vemos en la foto que encabeza esta nota.
Esa mutación forzada tuvo varias consecuencias: más allá del
uso non sancto dado a algunas de estas
embarcaciones reconvertidas (incremento del contrabando de combustible, ahora
por vía marítima), lo cierto es que esta nueva flota polivalente no ha podido
suplir la oferta faltante por efecto de la eliminación de la pesca de arrastre;
las capturas totales han disminuido y los precios, consecuentemente, entre otras razones, han
aumentado.
Por otro lado, en un intento por atender al mercado
creciente, los pescadores artesanales, operando legal o ilegalmente, muchas
veces con prácticas no controladas y no reguladas, han incrementado su esfuerzo
de pesca -la presión sobre los recursos- en los espacios que están en su rango
de alcance, es decir, las aguas costeras… justamente donde están los
ecosistemas más relevantes y productivos. Y, en un empeño por elevar sus
capturas, muchos de estos pescadores artesanales han recurrido a la red de
arrastre, generando así, en zonas sensibles, el “execrable y atroz” impacto
atribuido antes a la flota industrial, dados los altos porcentajes de pesca
incidental no aprovechable, alta mortalidad de peces juveniles y/o preadultos y
alto impacto sobre fondos costeros que por el efecto mecánico de redes y
aparejos, pierden su capacidad de aportar servicios ambientales.
Finalmente, en una triste parodia, algunos polivalentes, antiguos arrastreros
transformados en unidades “sustentables”, han regresado a las faenas de
arrastre en sus viejos predios.
Así pues, a estas alturas del artículo, ya podríamos afirmar
que no toda pesca industrial es diabólica, ni toda pesca artesanal es inocente.
O mejor: no hay pesca mala ni pesca buena. Hay, en todo caso, pesca mal hecha o pesca bien
hecha.
La foto inicial es entonces la gráfica de un saldo sombrío: recursos
humanos desperdiciados, recursos administrativos mal aplicados, recursos
financieros mal empleados, recursos naturales mal aprovechados… menos productos
derivados del petróleo; menos materia prima pesquera… una imagen, dos fracasos,
sin embargo reversibles cuando haya un mínimo de voluntad política, o de simple
voluntad; pero no sin grandes dosis de honestidad técnica y científica y, sobre
todo, de calidad humana.
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