Unidad pesquera artesanal. Modelo viable para una flota nacional eficiente, segura y digna para nuestros pescadores. Foto: J.J. Cárdenas. |
Las razones de la estrepitosa caída de la producción pesquera
nacional, incluyendo aquella derivada de la acuicultura (es decir, esa forma de
producción mucho más gerenciable y menos dependiente de factores ambientales y
biológicos no controlables), hoy, en medio de una atmósfera barrida
por vientos de cambio, luego de 20 años de un nihilismo absurdo, siguen estando
vigentes.
Las capturas totales siguen en baja, el esfuerzo de pesca
sigue en aumento desaforado y las cadenas de distribución de “proteína para el pueblo”
siguen siendo esporádicas, azarosas, alta e ineficazmente subsidiadas y
tremendamente insuficientes.
Las pretensiones de aumentar la producción, se materializan con
nuevas modalidades de pesquerías que concentran su esfuerzo en especies
objetivo que, como exigencia de mercados foráneos e insaciables, suponen la
pesca frenética de, por ejemplo, tahalí y pepinos de mar, con su carga de
impacto sobre la especie objetivo misma y especies acompañantes y sobre su entorno ambiental.
La imprecada y abominable pesca de arrastre, adjetivos dados
a este tipo de pesca por el administrador actual del sector, se ha
multiplicado de forma incontrolada, no regulada y sobre espacios de alta
sensibilidad ambiental: el margen marino costero.
20 años de planes, promesas, declaraciones estentóreas, cuyo
colofón es la profunda depresión de los índices pesqueros, la feroz crisis
humanitaria en las comunidades costeras de vocación pesquera y el
desmantelamiento de la industria asociada.
20 años que culminan con frases como: “…seguros estamos
que las medidas anunciadas por nosotros apalancarán el plan de optimización para
aumentar las producción, estimular a los pescadores… [sic]”; “…los pescadores están
en plena capacidad productiva y el Ministerio de Pesca los apoyará con la consecución
de insumos como redes, lubricantes, combustibles, motores para multiplicar su
capacidad productiva…”. Frases huecas, declaraciones vanas que, para mayor
escarnio, se contradicen entre sí, reafirmando su vacuidad y su signo populista. Frases escuchadas en un mismo foro, directamente de
boca del cuarto ministro de pesca en dos años, proferidas hace apenas un par de
meses. Idénticas promesas, las misma oferta cacareada una y mil veces durante
240 meses. Nada distinto pues; nada con algún viso de enmienda, ni siquiera
porque claramente, por estos días, se
levantan brisas frescas en el mundo político que obligarán, cómo dudarlo, a
poner en práctica nuevas y positivas medidas de gestión para la recuperación
integral del sector pesquero y de la dignidad de su gente.
Dejar de hacer las cosas mal y empezar a hacerlas bien,
implica un tránsito desde la debacle y la ruina actual, hacia indicadores
pesqueros que nos hablen de crecimiento, de rentabilidad económica, eficiencia
ecológica y, por supuesto, de pescadores decorosos y de consumidores regular y ecuánimemente
abastecidos.
Ese proceso de cambio, necesario y urgente, es eso que se llama transición.
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